Luis Espinal entregó su vida en defensa de sus ideales y de las clases populares
La Comisión de la Verdad asume su caso como uno de los más representativos en el marco de la recuperación de la memoria histórica y la búsqueda de la justicia. Considerado como uno de los iconos más importantes de la recuperación democrática y precursor en la promoción de los derechos humanos, Espinal fue secuestrado, torturado y asesinado entre el 21 y 22 de marzo de 1980. Sus asesinos pertenecieron a los sectores más conservadores de las Fuerzas Armadas. Una revisión hemerográfica (principalmente del Semanario Aquí), además de material audiovisual y fotográfico acopiado de diversos archivos, permitieron elaborar un informe que pretende esclarecer lo sucedido en torno al trágico deceso de Espinal.
Breves rasgos biográficos
Luis Espinal nació en Sant Fruitós de Bages, un pequeño pueblo cerca de Manresa, situado en Barcelona, un 2 de febrero de 1932. Quedó huérfano de madre siendo niño. Su núcleo familiar era bastante tradicionalista y estaba profundamente enraizado con las creencias cristianas. Sus hermanos mayores, María Salut e Ignacio, ingresaron a la escuela pública El Carmelo y a la Compañía de Jesús, respectivamente. Otro de sus hermanos murió fusilado en la Guerra Civil Española, hecho que marcaría en él una fuerte condena hacia los gobiernos de tinte autoritario. En cuanto a su padre, falleció cuando Espinal ya había dejado Europa.
Con tan solo 17 años concluyó su bachillerato en el colegio de San José en Roqueda. Desde muy joven, desarrolló la afición por la práctica deportiva. Culminados sus estudios colegiales, ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús de Veruela (Zaragoza), donde consagraría sus votos como sacerdote el año 1951. Su formación espiritual se vería complementada luego con estudios universitarios con grado de licenciatura en Filosofía (1953 – 1956), Literatura Clásica (1956 – 1959) y Teología (1959 – 1963).
El asesinato de Luis Espinal
Desde que asumió la dirección del “Semanario Aquí”, Espinal disponía de poco tiempo libre para otras actividades. Después de cerrar la edición, reservaba el día viernes de cada semana para asistir al cine y evaluar los últimos estrenos en cartelera. Por lo general, veía varias películas de forma consecutiva en horarios de matiné, tanda y noche. Esta práctica habitual era acompañada con la redacción de su aguda crítica cinematográfica, que era emitida en el propio semanario y cada sábado en su programa radiofónico “Hablando de cine”. La mañana del 22 de marzo de 1980, los religiosos que vivían con él se percataron que no había llegado a dormir a su casa, algo inusual. Tampoco había acudido a las oficinas de radio Fides para conducir su programa sabatino. Siendo un hombre disciplinado y metódico, su ausencia generó bastante preocupación en la Compañía de Jesús y sus allegados, por lo que se desplegó una masiva campaña para encontrarlo, puesto que su paradero era incierto. La noche anterior había acudido al cine 6 de Agosto, para presenciar la película “Los desalmados”, título que podía asociarse perfectamente con sus vigilantes. Agentes del Departamento Segundo de Inteligencia del Ejército y de la Dirección de Investigación Nacional (DIN) seguían sus pasos desde hace mucho tiempo, debido a las denuncias contra ciertos sectores de las Fuerzas Armadas que se publicaban en el semanario que dirigía. Ocupando siempre la misma butaca y haciendo su habitual caminata hasta su domicilio, tras la conclusión del film, fue fácilmente localizable.
Después de salir del cine, generalmente atravesaba la Avenida del Ejército, hasta subir la cuesta hacia el barrio de Miraflores, zona donde vivía al finalizar la calle Díaz Romero. No advirtió que un vehículo lo seguía de cerca. Faltando pocas cuadras para llegar a su domicilio, desconocidos se abalanzaron violentamente sobre él; obligándolo a subir a un jeep Toyota que huyó por la calle Lucas Jaimes.
Los gritos de auxilio fueron oídos por un vecino del lugar, que no alcanzó a identificar a la víctima del ataque. Tras su secuestro, lo trasladaron al Matadero Municipal situado en la zona de Achachicala, donde fue vilmente torturado por aproximadamente cuatro horas, hasta causarle la muerte. Al amanecer, su cuerpo fue encontrado, amordazado y maniatado, en las inmediaciones del kilómetro 8 en el camino que conecta Alto Achachicala con el cerro Chacaltaya. Tenía las fosas nasales taponadas con algodón, probablemente para evitar la hemorragia nasal. Un campesino del lugar, Vicente Mamani Quispe, se percató del cuerpo sin vida e inmediatamente se apersonó a informar del hallazgo a la policía.
En la mañana, al promediar el mediodía, se hicieron presentes en el lugar del siniestro cuatro representantes de la DIN: el comisario Rogelio Gómez Espinoza, de la División de Homicidios, acompañado por los detectives Ernesto Castro Aldana, Andrés Jordán y David Barrios, quienes procedieron al levantamiento legal del cadáver, que en un principio no fue identificado. En su informe, detallan que el cuerpo “yacía en posición de cúbito ventral con las extremidades superiores amarradas hacia la espalda (…) descubierta la carase pudo apreciar que la mandíbula inferior se encontraba amarrada y cubierta por un trapo blanco con combinación verde. Al examen externo presenta múltiples heridas provocadas por arma de fuego”. Posteriormente fue trasladado a la morgue del Hospital de Clínicas donde, al anochecer, los médicos forenses Rolando Costa Arduz y Félix Romano, acompañados por representantes del Colegio Médico junto a un delegado de la Compañía de Jesús, procedieron a realizar la autopsia legal al cuerpo. El informe indica que “la causa de la muerte corresponde a una hemorragia aguda por múltiples lesiones esquelético viscerales provocadas por paso de proyectil de arma de fuego”. Los peritos presentes en la autopsia afirmaron que los disparos correspondían a un arma automática que fue utilizada a tres metros de distancia. Se contabilizaron 17 impactos de bala, junto con tres proyectiles de 9mm incrustados en la humanidad de Espinal. El estudio indica que habría muerto aproximadamente a las cuatro de la madrugada del 22 de marzo y su cadáver presentaba fractura en el esternón y varias costillas rotas; además de un gran hematoma en el pecho en forma de cruz, junto con otros cortes y contusiones El diario Los Tiempos de Cochabamba publicó, años después, una serie de fotografías inéditas donde se podía evidenciar la tortura infringida contra la humanidad del sacerdote.
El crimen perpetrado no era sino la forma de materializar las constantes amenazas vertidas contra su persona. Ni las llamadas anónimas, ni los reclamos ante las autoridades eclesiales, ni la bomba colocada en el semanario que dirigía, habían logrado intimidarlo. El semanario bajo su cargo se había convertido en una audaz plataforma comunicacional que no temía dar a conocerlos constantes atropellos contra los derechos humanos y otros ilícitos que cometían.
Luis Espinal siempre estuvo consciente de sus actos; como en su momento hizo conocer a su hermana María Salut, al contarle que había aceptado su destino si alguna vez decidían liquidarlo: “No sufras. Si algún día me pasa algo, ya lo tengo asumido la forma en la que ultimaron a Luis Espinal reflejaba claramente la intencionalidad de emitir un mensaje amenazante contra cualquier opositor del poder militar. El hecho de torturarlo brutalmente durante cuatro horas, descargar 17 tiros sobre su humanidad sin utilizar ningún silenciador y; finalmente, arrojar su cadáver a la vera de un camino transitado, son características muy peculiares nunca antes vistas en el país. Analizando el grado de sadismo con el que actuaron los agentes de represión se podría deducir claramente que esta práctica era similar a la realizada por la dictadura argentina. Como se sabe, ésta realizó atroces asesinatos políticos contra opositores al régimen, utilizando métodos sofisticados. Su muerte conmovió a todo el país. Diferentes instituciones expresaron su indignación y repudio ante la comisión del cruel asesinato. La iglesia católica, a través de su arzobispo Jorge Manrique, determinó la excomunión de los responsables del hecho; diversas organizaciones de la prensa declararon un paro de 24 horas a nivel nacional y duelo de 30 días, por considerar ese crimen como un gravísimo atentado contra la libertad de expresión. La Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia condenó su muerte y rindió un acto de homenaje por su contribución a la democracia y los derechos humanos. El Comité Ejecutivo de la Central Obrera Boliviana decretó paro nacional por el lapso de 15 minutos, suspendiendo toda actividad laboral; los distritos mineros del norte de Potosí lo declararon héroe junto a un paro de protesta de 24 horas. La Honorable Cámara de Diputados lo declaró “Mártir por la Democracia Boliviana”; múltiples personalidades de la política y la cultura condenaron su deceso. Sus restos fueron velados en una capilla ardiente instalada en el colegio San Calixto para, luego ser trasladados en cortejo fúnebre hasta el Cementerio General de la ciudad de La Paz. Su sepelio se convirtió en una multitudinaria marcha de protesta que aglutinó a cerca de setenta mil personas. El mar de gente que acompañó el ataúd lanzó el grito de “Arcesino, arcesino” en clara referencia al coronel Arce Gómez, comandante del Departamento Segundo, como uno de los principales autores del crimen. En su tumba se puede leer la inscripción: “Luis Espinal Camps. Asesinado por ayudar al pueblo. 23/03/1980”.
Los autores del crimen
La madrugada del 10 de abril de 1980, el exministro de trabajo y reconocido jurista, Aníbal Aguilar Peñarrieta, fue víctima de un vil atentado terrorista con el uso de dinamita, granadas y armas de fuego. En horas de la mañana, dos fuertes estallidos en el frontis de su domicilio causaron múltiples destrozos en la infraestructura; además de dañar las viviendas aledañas. Las explosiones afectaron al Hospital del Niño de la Caja Nacional de Salud que se hallaba en el céntrico barrio de Miraflores. Afortunadamente pudo preservar su vida y la de su familia, que se encontraba en ese momento en el inmueble, repeliendo el ataque junto con sus hijos, haciendo uso de armas cortas y un rifle de salón. Como consecuencia del ataque, sufrió algunas heridas y contusiones leves; en tanto que los daños materiales a su propiedad resultaron cuantiosos. Atribuyó el criminal suceso al Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) y señaló que el motivo del atentado fue la información valiosa que permitía conocer a los involucrados en el asesinato del padre Espinal.
Entre los que figuran en esa lista, están Rafael Loayza y Guido Benavides, ambos ex Jefes del Departamento de Orden Político (DOP) en el periodo banzerista; además del coronel Luis Arce Gómez, Jefe de Inteligencia del Ejército. Asimismo, figuran los reconocidos torturadores como Melquiades Torres Vilela, Guillermo Moscoso, José Luis Ormachea, Víctor Barrenechea Aramayo, Carlos Valda, Galo Trujillo, Daniel Torrico y Jaime Sandoval Tarifa44, que cumplían funciones en la DIN y el SIE. Posteriormente, el Dr. Aguilar Peñarrieta presentó una querella criminal ante instancias judiciales, acusando a todos los mencionados como autores materiales e intelectuales del asesinato del sacerdote jesuita.
Aguilar, quien se desempeñaba como abogado de diferentes agrupaciones sindicales, había denunciado que “el atentado es parte del plan de los cuchillos largos, que consiste en la eliminación de dirigentes sindicales, políticos y patriotas identificados con los intereses de los trabajadores y el pueblo boliviano”.
Este plan fue inspirado claramente en los asesinatos políticos realizados por el régimen de la Alemania nazi a mediados de los años treinta; penosamente replicado en Bolivia a partir de la elaboración de una nómina de 116 objetivos a eliminar, entre los que se encontraban líderes políticos destacados como Marcelo Quiroga Santa Cruz, Walter Guevara Arze y Juan Lechín Oquendo, entre otros. Otra versión sobre los autores del crimen contra Espinal la dio a conocer el matutino Los Tiempos, en su suplemento Facetas, a mediados de los años ochenta. Se trata de un relato estremecedor de uno de los verdugos que participó directamente en el hecho, narrando detalladamente el suplicio del sacerdote. Este relato tiene una alta carga literaria sin desvirtuar el valor testimonial, por los datos que arroja. Los ejecutores del secuestro, tortura y asesinato serían los miembros del denominado “Grupo Alfa”, una organización paramilitar compuesta por el mayor Javier (Lince) Hinojosa, Guillermo Moscoso, Jaime Ramírez, Melquiades Torres, Julio Torrez Rivas y el capitán Tito Montaño. Todos ellos actuaban bajo la supervisión del coronel Luis Arce Gómez, entonces Jefe de Inteligencia del Ejército.
Siguiendo el relato, Luis Espinal fue conducido a las dependencias del Matadero Municipal donde sus captores buscaban que confesara cuales eran las fuentes de información con las que llevaba adelante su trabajo periodístico. Él se negó terminantemente a develar quienes le proporcionaban información, razón por la que fue sometido a una brutal golpiza. Recibió múltiples patadas, puñetazos y jalones de pelo que lo dejaron exánime, Entre tanto, sus verdugos le orinaban la cara para reanimarlo. Ante la negativa de delatar a sus informantes, le aplicaron una de las “técnicas” de tortura más utilizadas por la dictadura militar, la picana eléctrica. La descripción detalla que “El cuerpo del sacerdote se contrajo como un resorte y se estiró violentamente. Un chorro de sangre le brotó por las fosas nasales”. El mayor Hinojosa le cuestionaba recurrentemente: “dígame ¿quiénes están investigando la presunta participación de algunos Jefes militares en el narcotráfico?” Espinal –a través del semanario Aquí– había denunciado en más de una oportunidad los vínculos de ciertos sectores de las Fuerzas Armadas con el tráfico de sustancias ilícitas. Se presume que conocía a fondo las actividades ilegales de la logia “Águilas negras” vinculadas al tráfico de cocaína. Esta agrupación la integraban Luis Arce Gómez y Luis García Meza, junto con otros altos Jefes militares. A pesar del castigo ejercido, no lograron obtener los nombres que buscaban; por lo que determinaron liquidarlo en horas de la madrugada. A través de una conversación telefónica, el coronel Arce Gómez dio la orden al mayor Hinojosa de ultimar al sacerdote. Trasladaron el cuerpo agonizante a un jeep para luego arrojarlo a una cuneta, donde los agentes Moscoso y Torrez procedieron a disparar varios tiros en todo el cuerpo, asegurándose de no dejarlo con vida. Luego llevaron el cuerpo inerte cerca de la carretera, como una franca señal de amedrentamiento contra cualquier opositor a las Fuerzas Armadas.
Tras la publicación, el diario Los Tiempos–mediante una nota de prensa–decidió guardar la confidencialidad del autor por razones de seguridad. No obstante, en 2003, en un portal digital, se publicó la misma nota con el título: “Relatos de la última dictadura. La pasión de Luis Espinal” atribuyendo su redacción al ex ministro de gobierno del general Barrientos, Antonio Arguedas Mendieta. Este personaje habría investigado diferentes casos de narcotráfico y crímenes cometidos por las dictaduras militares. Murió misteriosamente en el gobierno democrático del general Banzer.
Otra versión es la sostenida por Daimo Villarroel Paz, quien trabajó para los Servicios de Seguridad del Estado. Según sus propias declaraciones, llegó a conocer a los asesinos del Padre Espinal. El régimen de García Meza, con la intención de acallar, lo acusó de estar implicado en un caso de tráfico de armas. A raíz de ello fue tomado preso, aunque días después llegó a un acuerdo con sus captores para dejar el país. Según su versión, los autores del crimen serían los miembros de un comando paramilitar denominado “Los Albertos”, integrado por Juan Carlos Otálora, Oscar Rocha, Raúl Trigo, Jorge Castro Menacho, Víctor Hugo Ortega, Francisco Estrada y Víctor Hugo Mendizabal.
Comisión de la Verdad