El día del golpe, grupos paramilitares, identificados como los “grupos bolivianistas” organizados por el coronel Luis Arce Gómez, asaltaron la Sede de Gobierno, tomando por la fuerza el Palacio de Gobierno. La presidenta Lidia Gueiler Tejada y sus ministros fueron aprehendidos, y ella fue trasladada a la Casa Presidencial.
Simultáneamente, estos grupos irrumpieron en la Central Obrera Boliviana (COB). Este acto delictivo resultó en los asesinatos de Marcelo Quiroga Santa Cruz, el diputado Carlos Flores Bedregal, y el dirigente de la F.S.T.M.B. Gualberto Vega Yapura. Todos los presentes en la reunión de la COB, quienes intentaban impedir la consumación del golpe de Estado, fueron arrestados.
La represión y la Tortura
Los detenidos fueron trasladados al Estado Mayor en ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social, facilitadas por Willy Sandoval Morón, que fueron transformadas en vehículos de represión. Una vez allí, los ministros fueron separados de los periodistas y otros presos. Bajo órdenes de los paramilitares, los detenidos fueron obligados a tenderse en un pesebre de animales, mientras los sicarios pasaban constantemente por encima de ellos, demostrando la brutalidad del régimen.
Todo este accionar delictivo y contrario a los derechos humanos subraya la premeditación del golpe de Estado. El Cuartel General de Miraflores se convirtió en el epicentro de todas las operaciones, desde donde partieron los grupos paramilitares para cometer los delitos y a donde regresaron con los apresados, incluyendo dirigentes de CONADE, ministros de Estado, periodistas, trabajadores de radio y televisión, así como muertos y heridos.
La planificación del golpe se evidencia en documentos como el oficio reservado Nº 689/80 del 14 de agosto de 1980, dirigido por Luis Arce Gómez a Luis García Meza. Este oficio adjuntaba el “organigrama y plan de tareas de los grupos que hizo posible el triunfo de las Fuerzas Armadas sobre el extremismo internacional”, confirmando la meticulosa preparación detrás de la violenta toma del poder.
Discurso y amenazas del Régimen Militar
Durante el régimen militar que tomó el poder el 17 de julio de 1980, tanto Luis García Meza como Luis Arce Gómez emplearon una retórica agresiva y amenazante contra la oposición, a la que sistemáticamente tildaron de “extremista”.
El 4 de octubre de 1980, en una concentración campesina en Punata, Cochabamba, García Meza calificó a los grupos de oposición como “extremistas” y los amenazó con “hacerlos desaparecer, porque nosotros no necesitamos de esta gente”. También afirmó que las Fuerzas Armadas estaban “decididas y prestas a actuar con la máxima energía para acabar con esa gente que busca la división y el malestar de la familia boliviana”, y advirtió que no permitirían que “el extremismo nuevamente esté queriendo levantar cabeza”.
Estas declaraciones se reiteraron los días 11, 16 y 19 de octubre de 1980 en concentraciones campesinas en Viacha, Achacachi (La Paz) y Aiquile (Cochabamba). García Meza insistió en que los campesinos habían sido “engañados por el extremismo” y proclamó: “Dios quiera que jamás vuelvan los extremistas”. De manera contundente, afirmó: “Bolivia será la tumba de los extremistas o la tumba de los nacionalistas, porque alguien tiene que vencer.” También declaró “traidores a la Patria” a los “malos bolivianos” que desde el exterior desprestigiaban al gobierno y al pueblo, fustigando específicamente a figuras como Siles Zuazo, Paz Zamora, Genaro Flores y Domitila Chungara. Concluyó que los “extremistas que no quieren la revolución de la Patria no tienen vigencia en este Gobierno de Reconstrucción Nacional y tampoco tienen vigencia en la sociedad boliviana”, prometiendo no cejar “hasta destruir totalmente al extremismo.”
La brutalidad anunciada por Luis Arce Gómez
Por su parte, Luis Arce Gómez no se quedó atrás en sus amenazas públicas. El 17 de septiembre de 1980, declaró: “En mi credo no hay amnistía (…) refiriéndose a los extremistas dijo: con ellos no puede haber amnistía”. Desestimando a la oposición, afirmó que “en realidad no pasan de 200 personas las que crean la anarquía y el caos en el país (…) Estos 200 individuos son los culpables del caos y la anarquía.”
El 18 de octubre de 1980, Arce Gómez anunció la promulgación de una nueva Ley de Seguridad Nacional, advirtiendo que “todos aquellos que infrinjan esa Ley deberán caminar con su testamento bajo el brazo, porque vamos a ser sumamente duros en el cumplimiento de sus disposiciones”. El 7 de noviembre de 1980, enfatizó que quienes habían “difamado a las Fuerzas Armadas” y regresaran al país tendrían que atenerse a la Ley de Seguridad del Estado, que era “taxativa, pena de muerte para todos los extremistas”.
Finalmente, el 28 de agosto de 1991, durante el Juicio de Responsabilidades, un videocasete reveló las palabras de Arce Gómez, donde expresaba: “todos los bolivianos que denigren al país serán declarados traidores a la patria”. Manifestó su deseo de que los aprehendidos por los servicios de inteligencia —calificados como “pseudo-sindicalistas, tránsfugas de la política, activistas, subvertores”— abandonaran el país. Prometió que “hasta dentro de 20 días no habrá un solo detenido en Bolivia”, ya que serían exiliados o “residenciados para que aprendan a trabajar”, mientras que a los “tontos útiles” se les dejaría en libertad. Con una advertencia escalofriante, sentenció: “A partir de este momento, todos aquellos elementos que contravengan al Decreto Ley TIENEN QUE ANDAR CON EL TESTAMENTO BAJO EL BRAZO, porque vamos a ser taxativos: NO VA A HABER PERDON.”
Testimonio de Aldo Michel Irusta: El operativo en la plaza Uruguay y la Masacre de la calle Harrington
El testimonio de Aldo Michel Irusta, presentado a fojas 9202 del expediente del Juicio de Responsabilidades, relata los escalofriantes sucesos del 15 de enero de 1981 en la Plaza Uruguay de La Paz, y su conexión con la trágica masacre de la calle Harrington.
Aldo Michel Irusta fue capturado en la Plaza Uruguay, ubicada en la Av. Buenos Aires de La Paz, junto a Gregorio Andrade Aruquipa, Adolfo Quispe Atto, el infiltrado Adhemar Alarcón Silva y otros dirigentes campesinos. Según su declaración, la detención ocurrió aproximadamente a las 16:10, al inicio de una reunión. Fueron abordados por “un hombre y una mujer”, y luego rodeados por seis o siete personas armadas que llegaron en cinco vehículos desde diferentes puntos.
Durante la detención, el infiltrado Adhemar Alarcón Silva entregó un “memorándum” a sus captores y se identificó como “agente de la D.I.N.”. En su poder se encontraron cinco mil pesos bolivianos, que según Alarcón, estaban destinados al “seguimiento de Gregorio Andrade”.
Aldo Michel asegura que, tras la captura, fueron trasladados a las dependencias del Servicio Especial de Seguridad (SES) en la calle Manchego. Allí, fueron entregados como “seis paquetes”. Michel escuchó a una secretaria comunicarse telefónicamente con el coronel Quiroga, quien a su vez se puso en contacto con Luis Arce Gómez, entonces Ministro del Interior. La secretaria informó a Quiroga: “Sí, mi coronel, el operativo está en marcha, la gente ha ido a la Harrington, están los seis paquetes…”. En ese momento, el Cap. Ramiro (Tito Montaño Belzu) exclamó: “El Cnl. dice, armarse todo el mundo”.
Michel relata que permanecieron en el lugar por unas “tres o cuatro horas” antes de que el silencio fuera interrumpido por un “bullicio tremendo”, indicando la llegada de mucha gente. Luego, “cuatro o cinco personas se introducen de manera violenta al cuarto” donde estaban retenidos. Escuchó comentarios perturbadores entre ellos, como “yo he tirado carajo, vos eres un maricón, yo he tirado…”, sin lograr identificar a quienes hablaban. Esta declaración es crucial, ya que hace una clara referencia a la masacre de la calle Harrington, sugiriendo que los captores de Michel y los demás detenidos estuvieron directamente involucrados en los eventos ocurridos en dicho lugar. El testimonio de Aldo Michel Irusta no solo detalla su propia captura, sino que también ofrece un escalofriante vínculo con la masacre, sugiriendo la coordinación y participación de agentes del Estado en crímenes atroces.
Comisión de la Verdad